Prólogo para un libro en su homenaje publicado en “Lecturas sobre Integración Regional y Comercio Internacional”, editorial La Ley, Buenos Aires 2012
Frecuentemente recuerdo las tareas que se realizaban en el “Servicio de Información Legal-Económica” (SILE) dentro del Instituto para la Integración de América Latina (INTAL) promediando la década del setenta. La actividad era frenética y entusiasta. Un pequeño grupo de jóvenes profesionales teníamos la misión de digerir (recopilar, resumir, interpretar y luego comparar) las regulaciones nacionales en materia económica de los países latinoamericanos. Al frente del equipo, Susana Czar de Zalduendo nos transmitía su espíritu emprendedor, infundiendo el ánimo requerido para poder elaborar, debatir y luego definir grupalmente los criterios de selección más apropiados.
¿Cuál era el motivo que despertaba una especie de frenesí en quienes participábamos de esas tareas tan engorrosas? Las insistentes preguntas, dudas y sugerencias de Susana nos advertían que ese trabajo iba más allá de un desempeño dotado de alguna funcionalidad. Tenía sentido. El sentido consistía en que estábamos procesando y decodificando información que tanto los gobiernos como las sociedades latinoamericanas de entonces contabilizaban pero sin valorizarla debidamente. Contra ese marco de indiferencia, en el INTAL aprendíamos a explorar las condiciones económicas internacionales dentro de las cuales debían desenvolverse nuestros países, teniendo en miras los instrumentos para afrontar y eventualmente superar sus múltiples insuficiencias y disparidades. Y entonces era necesario un esforzado entrenamiento a fin de ponderar la calidad de las respuestas normativas que se iban generando cotidianamente en los ordenamientos nacionales. Intentábamos descubrir sus carencias, propagar horizontalmente los buenos ejemplos y finalmente contribuir a una sistematización de esas respuestas recorriendo el arco de todas las políticas económicas y comerciales. Seguíamos a Susana con el entusiasmo de estar nadando contra la corriente, es decir, contra los prejuicios instalados acerca de la incorregible realidad latinoamericana. Esos prejuicios indicaban que tanto lo bueno como lo malo nos venía impuesto desde fuera. De ahí el impulso que Susana quería imprimirle a nuestra tarea, mediante periódicos “llamados de atención” a través de un boletín, estimulando la elaboración de informes y haciendo aportes a publicaciones externas. Utilizábamos archivos y fichas manuales; recurríamos a destacados profesionales con quienes nos comunicábamos dificultosamente por teléfono y por telex; y la documentación legal y económica que llegaba diariamente nos obligaba a desarrollar una gimnasia de constante confrontación con los datos ya procesados.
Al cabo de un tiempo habíamos construido una gigantesca base de datos, pero de papel… Una verdadera montaña de papeles, cuyo destino final es fácil adivinar ahora, bajo el peso de la informatización electrónica y de los nuevos estándares de competitividad que irrumpieron en la región.
Pasado tanto tiempo y haciendo la crónica de aquellos años de trabajo, caben dos posibles valoraciones. La primera es sintomática: lo pasado pisado. La segunda es una invitación a responder la siguiente pregunta: si desde el punto de vista tecnológico aquellas tareas son hoy día una muestra de anacronismo ¿cuál es el motivo por el cual se mantendría vivo el sentido que las inspiró, no sólo en mí sino en todos mis colegas de entonces? ¿No podremos acaso recuperar el mismo sentido al abordar otras tareas que tenemos por delante? En esa nueva búsqueda las orientaciones y enseñanzas de Susana empiezan a tomar el cariz de la ejemplaridad.
Los años setenta también parecen muy lejanos si despersonalizamos el recuerdo y tomamos la perspectiva del derecho internacional económico. A diferencia de entonces, en la economía globalizada de estos tiempos los países en desarrollo están apremiados, urgidos a negociar. En las tratativas casi nada puede quedar a salvo del regateo. Parece ocioso insistir sobre la progresiva extensión de las relaciones económicas internacionales, abarcadoras de materias normativas que en otros tiempos formaban parte de los acervos nacionales. Semejante permeabilidad jurídica se debe a que los mercados están sometidos a procesos de internacionalización tan traumáticos como inevitables. Es así que los ordenamientos legales internos ya no son una dimensión preconstituida (como todavía lo eran en los setenta), esto es, un punto de referencia desde el cual los países podían diseñar sus estrategias de inserción internacional. Por el contrario, esos mismos ordenamientos pasaron a formar parte de la materia negociada y ahora normalmente aparecen bajo la lupa. Entonces las regulaciones nacionales deben ir ajustándose según las coincidencias esperadas y que resultan de las mismas tratativas. En síntesis, hemos ingresado a una fase histórica cuyas muestras de volatilidad obligan a los gobiernos y a los agentes económicos a perseverar en la búsqueda de transacciones que son siempre transitorias, dentro de un amplísimo espectro temático y en un marco de negociación permanente.
Sin embargo, hay algo inalterable: como en la lejana década del setenta, las élites de nuestros países han venido tomando las cosas con ligereza y su indiferencia no hace sino realimentar los padecimientos del subdesarrollo. En el caso del MERCOSUR, por ejemplo, el autoengaño consistió en suponer que los compromisos estaban efectivamente asumidos (primero en 1991, luego en 1994) y que sólo restaba ponerlos en práctica (de ahí la reiterada invocación a una presunta e inexplicable falta de “voluntad política”). Esta tergiversación parecía imponerse en la Argentina, una vez más. Pero en la Cancillería ocurrieron algunos hechos inesperados. Por ejemplo, la contratación de Susana Czar de Zalduendo en la unidad a cargo de las negociaciones en el MERCOSUR. Y Susana vuelve sin estridencias a enseñar el camino, esta vez exigida por la sucesión de reuniones y la falta de instrucciones precisas, pero a la vez beneficiándose con algunas ventajas tecnológicas respecto de las que habían sido sus labores en el INTAL. Pero al igual que entonces el trabajo que Susana se impone a sí misma consiste en poner de relieve la letra chica. En esta etapa la letra chica está más dispersa, porque cada texto inevitablemente remite a otros numerosos textos que por distintos motivos quedan expuestos a la luz de la materia negociada. Difícilmente aparece Susana firmando actas, pero siempre está ahí, cubriendo las espaldas de los negociadores con fundamentos, advertencias y recomendaciones alternativas.
Las intervenciones de Susana Czar de Zalduendo van dejando una huella no sólo en la formación de sus pares, colegas y subordinados. Aplica el mismo rigor conceptual y minuciosidad para el análisis dentro de la docencia universitaria y de posgrado, beneficiándose numerosos estudiantes y egresados que se anotan en sus cursos de la Universidad de Buenos Aires, como los que la conocieron en la Universidad de Bologna y en el Instituto Nacional de la Administración Pública (INAP), sin contar el eco recogido por su participación en seminarios dictados fuera del país.
En este punto quisiera encontrar una buena síntesis de las razones por las cuales todos nosotros (colegas, discípulos y condiscípulos) deberíamos estarle reconocidos. Y pasando revista a la respuesta de Susana frente a los cambios ocurridos en las últimas décadas me parece que tendríamos que agradecerle la adquisición de al menos tres tipos de convicciones. En primer lugar, habría que agradecerle haber adquirido junto a ella una cultura del aprendizaje jurídico permanente. Las certezas tienden a desmoronarse con la creciente volatilidad. ¿Qué tienden a hacer las dirigencias? Responder ante los cambios valiéndose de acervos de información desactualizados, esto es, a destiempo. Pero Susana no sólo nos viene advirtiendo sobre la necesidad de buscar las respuestas pertinentes desde una perspectiva contextual. En segundo lugar nos invita a desarrollar búsquedas e interpretaciones consistentes, acordes a objetivos. ¿Cuáles son nuestros objetivos? ¿Los hemos explicitado, al menos, para un examen de viabilidad? Y en última instancia ¿los hemos puesto sobre la mesa de negociación a fin de marcarle al interlocutor cuáles son los márgenes dentro de los cuales podremos arribar a transacciones aceptables? Por último, el mensaje de Susana tiene la carga de responsabilidad de la cual precisamente los latinoamericanos a veces procuramos escapar: desde que la conozco ella nos viene indicando con su trabajo de todos los días que la negociación se ha vuelto una gimnasia inexcusable. Los países en desarrollo no pueden darse el lujo de “no negociar”, porque en lugar de poner distancia valiéndose de la hosquedad o del silencio se privan a sí mismos de ganar un espacio, de ensayar las conceptualizaciones que por su carga simbólica son las que permiten elaborar esa distancia, tan necesaria para reconocer y reconocerse en la diversidad.
Marcelo Halperin
Marzo de 2010