CARACTERIZACIÓN FALAZ DE LA POBREZA

1. Mientras los países desarrollados padecen el impacto de una recesión tan prolongada como aguda, en América Latina se difunden imágenes contrastantes sobre una relativa bonanza. La economía institucional lo confirma una y otra vez apelando a los grandes números macroeconómicos: tasas de crecimiento; saldos de las balanzas comerciales y de pagos; ingresos de capital…
Así se van perfilando diagnósticos económico-sociales optimistas y sólo matizados por la constatación de lagunas o bolsones de extrema pobreza y particularmente la instalada en los accesos y vericuetos de grandes ciudades (“pueblos jóvenes”, “favelas”, “villas miseria”…). Al identificar los pliegues donde se localizan estas formaciones sociales resistentes, aumenta la verosimilitud del cuadro general.
Ahora bien, es sabido que la imputación de un carácter granular o circunscripto para los puntos de carencia surge de una metodología de medición particularmente falaz: el denominado “método de las líneas de pobreza”. En principio se confronta el nivel de ingresos familiar con el costo de vida estimado para una canasta básica de supervivencia, surgiendo así el segmento de población que registra ingresos inferiores a ese mínimo. El segmento careciente es caracterizado como portador de “pobreza”. Y para completar la estimación aún se computa la sub-categoría de “indigencia” representativo del último escalón inferior de la pirámide y directamente vinculado a la insuficiencia alimentaria.
En principio, la tajante demarcación de territorios conceptuales (y también geográficos) sobre la pobreza, degrada su valor como categoría cualitativa en el sentido de compleja condición de carencias. Por lo tanto se diluye su entidad en tanto “problema”.

2. Las objeciones a esta metodología son conocidas pero tropiezan con las justificaciones proporcionadas por los especialistas reconocidos como tales al esgrimir la misma metodología. Nos dicen que los sistemas estadísticos disponibles en los países latinoamericanos difícilmente pueden financiar análisis multi-variables con mayor expresividad. Nadie está dispuesto a solicitar, aprobar o ejecutar los presupuestos requeridos para registrar y emitir series históricas de corta periodicidad y por lo tanto idóneas como instrumentos de política social. Semejante reticencia es además explicable desde el punto de vista de la perversión política, pues esencialmente se trata de apreciar la ejecución de prestaciones sociales con respecto a las cuales los principales (y casi siempre únicos) responsables son los Estados nacionales.
Sin embargo, cualquier persona medianamente instruida conoce o al menos intuye que existen métodos alternativos para examinar necesidades básicas insatisfechas (acceso a la instrucción básica, a los servicios primarios de salud, a la vivienda. al agua potable y al saneamiento). Sin adentrarnos en las honduras del debate sobre los indicadores agregados de pobreza y desarrollo que en las últimas décadas ha popularizado el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (1), quizás valga recordar que en la década de los setenta un sociólogo argentino tachado como “conservador” había ensayado un análisis multi-variable para estimar la dimensión de la pobreza en su país. Fue José Luis de Imaz, quien en el libro “Los Hundidos” (2) procuró registrar todos los indicadores que le parecieron relevantes a esos efectos. Si bien se lo cuestionó por no abordar el problema central de la ponderación de valores, la sola presentación de la complejidad de los padecimientos sociales mereció algunos comentarios laudatorios. Más conocida es la corriente del pensamiento latinoamericano que a partir de contribuciones de la antropología cultural ha trabajado durante décadas manteniendo una visión agregada de la pobreza (3).

3. Este problema de simplificación y consiguiente distorsión de datos, obstaculiza el diagnóstico sobre situaciones de riesgo y vulnerabilidad que pueden padecer las poblaciones objeto del análisis. Pero al menos sería posible contrarrestarlo si, paralelamente a la construcción y difusión pública de indicadores de pobreza y pobreza extrema representados por gastos de consumo, se abordaran (y difundiera con el mismo énfasis que los anteriores) otros indicadores de pobreza referidos a las condiciones de vida. Esa parece ser la intención de los países de la Comunidad Andina, expuesta en la Decisión 753 de la Comisión. Esta normativa, dada el 27 de mayo de 2011, fijó veinte indicadores socioeconómicos con el objeto de homogeneizar su seguimiento en los cuatro países miembros (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú). En tal sentido, paralelamente a “incidencia de la pobreza” e “incidencia de la pobreza extrema”, figuran otros indicadores de alta expresividad social, tales como: “tasa de desnutrición crónica de niños menores de cinco años”; “tasa de población afiliada a algún sistema de salud”; “tasa de analfabetismo global”; “promedio de años de estudio de la población de 15 años y más”; “niveles de desempleo y subempleo de la población económicamente activa”; “porcentaje de hogares con acceso a agua potable por red pública”; “`porcentaje de hogares con acceso a un sistema adecuado de eliminación de excretas”; “porcentaje de hogares con servicio eléctrico”, etc. La inevitable dispersión informativa que genera el relevamiento de los diversos indicadores, todavía no está compensada por una construcción metodológica que permita vincular los resultados entre unos y otros de manera sistemática. Si bien dentro del cuadro de la Decisión 753 también está contemplado el “índice de desarrollo humano”, que a su vez sintetiza tres sub-índices (4), el referido índice se concibe como indicador en sí mismo, de modo que no refleja un propósito de ponderar o sistematizar las condiciones de carencia expresadas por los distintos indicadores.

4. Aquí propongo algo menos pretencioso que contribuir a engrosar la bibliografía sobre el análisis cuantitativo de la pobreza. Apenas quisiera reparar en las implicaciones teóricas de la metodología instaurada y realimentada periódicamente por los mensajes de agencias públicas y privadas dadas a conocer por los medios masivos de difusión. Entre dichas implicaciones teóricas la más desafortunada es el tácito reconocimiento de rigor académico para los números que distribuyen a la población según líneas de pobreza e indigencia.
El dato periódico sobre porcentuales de pobreza e indigencia medidos a través de la metodología lineal, reafirma una concepción basada sobre la demarcación de dos mundos. Puede haber discrepancias (y hasta son bienvenidas, para una mayor certeza) entre las oficinas gubernamentales y las consultoras privadas, acerca de la magnitud representada por el número y por lo tanto sobre la sensación de peligro potencial. Pero debido al criterio utilizado para calcular los ingresos (sobreestimándolos) como para calcular el costo de la canasta de supervivencia (subestimándolo), y por haberse borrado cualquier otro indicador, aún en la visión pesimista de las consultoras privadas más “críticas” la línea demarcatoria indicará una minoría (siempre una minoría) “pobre” y una mayoría (siempre una mayoría) “no pobre”. Este criterio de distribución de la población permite naturalizar y hasta cargar de pintoresquismo (5) a esa presunta minoría, en la medida que la amenaza explosiva o el peligro potencial ya está registrado, circunscripto y por lo tanto bajo control. En otros términos, habrá inevitablemente una mayoría “no pobre”. Así no hay ya lugar para el análisis evolutivo sobre los niveles de insatisfacción para una gama de necesidades sociales reconocidas. Únicamente tenemos a la vista esa dicotomía esencial, parecida a la que alimenta la tranquilidad de un conductor de automóvil que de tanto en tanto, mientras viaja placenteramente, puede dedicarle una ojeada al nivel de aceite que marca su tablero de comando.

5. Sin embargo, toda esta construcción simbólica se desmorona cuando la pobreza “habla” con motivo de manifestaciones o sublevaciones callejeras (6). Y su voz, expandida mediante los medios masivos, sorprende a millones de “no pobres” que presumían a la pobreza como una entidad recluida dentro de los parámetros instituidos por el método lineal. Cada vez más frecuentemente los “no pobres” ven y escuchan como los “pobres” invocan sus mismos derechos. Es así que vociferan: por el acceso a la vivienda (reclamando, por ejemplo, contra el abuso de los alquileres exigidos dentro de sus propios enclaves de miseria); por el reconocimiento de garantías de seguridad pública (contra la negligencia y hasta la complicidad policial con actividades delictivas); por el pago de montos, dentro de los subsidios sociales, equiparables a los percibidos por los trabajadores regulares o “en blanco” (como sería el caso del sobre-sueldo anual complementario, vacaciones u otros rubros de los cuales también suelen estar privadas, en América Latina, las mayorías “no pobres”); contra el abandono y la insalubridad de los edificios públicos asignados a primeros auxilios, educación básica, etc. Se trata de un redescubrimiento de la pobreza verdaderamente perturbador para extendidos segmentos sociales que, si bien formalmente son protegidos por la metodología instaurada con el fin de medir la pobreza (porque figuran como “no pobres”), comienzan a advertir que las condiciones de producción y reproducción de la vida social hacen cada vez más lábil el borde que separa a unos y otros.
Entretanto, en los claustros se da por supuesto que la exclusión social tiene características recurrentes en la economía global, en tanto refleja las vertiginosas sustituciones tecnológicas sobre las condiciones de producción (7). Y en los países subdesarrollados, como son los latinoamericanos, la dificultad para contrarrestar dichos desplazamientos con políticas sociales eficaces estaría dando como resultado una creciente homogeneización de las situaciones de carencia vinculadas a la calidad de vida. Y esto es lo que las poblaciones perciben y la metodología lineal precisamente nos oculta. ¿No habrá llegado el momento de propiciar una tarea de reconocimiento intelectual?

Marcelo Halperin

Instituto de Integración Latinoamericana de la Universidad Nacional de La Plata
junio de 2011

Referencias

(1) Índice de Desarrollo Humano (IDH) e Índice de Pobreza Humana (IPH).
(2) José Luis de Imaz: “Los Hundidos. Evaluación de la población marginal”, editorial La Bastilla, Buenos Aires 1974.
(3) La fuente inspiradora fue sin dudas el aporte de Oscar Lewis con sus estudios de casos en México a partir de la década de los cuarenta (“Antropología de la Pobreza. Cinco familias”, FCE, México 1961). Una ramificación altamente significativa es la que aportó el trabajo de Larissa Adler de Lomnitz (“Cómo sobreviven los marginados”, Siglo XXI, 1989).
(4) El nivel de desarrollo humano, según lo expuesto en el Anexo I de la Decisión citada, resulta de tres índices: (i) índice de esperanza de vida al nacer; (ii) índice de educación (tasa de alfabetización de adultos y tasa bruta de matriculación); y (iii) índice de producto interno bruto per cápita.
(5) Una tradicional expresión española y muy utilizada por las burocracias de América para justificar el no pago de aranceles por quienes se encuentran en la imposibilidad de hacerlo, es la caracterización de estas personas como “pobres de solemnidad”. Así se reconocía, posiblemente, a quienes mendigaban en oportunidad de ceremonias públicas donde los demás residentes tenían a su vez la oportunidad de mostrar su caridad y benevolencia.
(6) En la economía global curiosamente resurge con nuevos bríos la visión de Paulo Freire, pues la “cultura del silencio” instaurada para perpetuar la condición de los oprimidos se ve sistemáticamente desbordada como consecuencia de un primer aprendizaje: aún los más pobres ya están en condiciones de captar y reclamar para sí las proclamas políticas acerca del acceso universal a los derechos básicos.
(7) Véase, del autor: “Globalización, recesión e integración económica”, publicado en Informe Integrar, IIL-FCJS-UNLP, junio de 2009; y reproducido por la Biblioteca Digital Andina, Secretaría General de la Comunidad Andina.