EL LIDERAZGO POLÍTICO: ¿CUESTIÓN DE MILITANTES O DE INTELECTUALES?

Notas en homenaje a la memoria de Juan Carlos Agulla

El fundador de la sociología del conocimiento, Karl Mannheim, había supuesto que en las sociedades capitalistas el interés colectivo, presentado como el objeto específico de las políticas estatales, estaría fuertemente inducido por los aportes de un estrato algo difuso pero que tendría la función de exteriorizar el pensamiento prevaleciente dentro de la sociedad. Esta perspectiva, que asocia el liderazgo con el sistema de estratificación y con el Estado, no tuvo demasiado éxito como inspiradora de investigaciones que aportaran indicios convincentes acerca del grado de relevancia o peso de dicha intelligentzia sobre la adopción de determinadas políticas públicas.

Sin embargo, sabemos que la contribución de Mannheim resultó útil para captar contrastes históricos de consecuencias devastadoras: el fascismo, el nazismo y el stalinismo se montaron sobre prácticas que recorrían el camino inverso al imaginado, porque lograban retroalimentarse inculcando consignas autoritarias que sensibilizaban a una sociedad complaciente. Hoy día podríamos buscar la misma inspiración para intentar comprender el sentido de nuevos “ismos”. Ocurre que con motivo de los efectos adversos de la economía global en esta fase de su desarrollo, se plantean desafíos políticos y sociales que desde la periferia resultan muy onerosos o simplemente imposibles de asumir.

Empezando por las economías centrales, advertimos que por las características del proceso de internacionalización de los mercados internos (globalización), en un principio quedaron a la vista oposiciones de intereses que involucraron a distintos estratos con perspectivas de liderazgo dentro de los mismos territorios nacionales. Al respecto se conocen estudios acerca de conflictos entre burguesías locales y cuadros gerenciales de corporaciones económicas transnacionales. Menor atención se prestó a otra fractura, igualmente significativa: la que condicionó el aporte de profesionales, especialistas y académicos dentro de las burocracias públicas, debido a la opacidad o escasa visibilidad de la gestión emprendida por dichas organizaciones para el tratamiento de asuntos cada vez más diversificados y de creciente complejidad.

Pero parecería que las grietas mencionadas fueron cerrándose progresivamente por las propias necesidades de la economía global y el papel que pasaron a desempeñar los factores productivos asentados en países desarrollados. Las burguesías locales debieron habituarse a las prácticas de negociación permanente, porque se transformaron en capas integradas por contratistas de las corporaciones transnacionales, o al menos en agrupamientos empresariales y profesionales que pasaron a interactuar con las corporaciones en virtud de mecanismos de difusión de tecnologías; o por la formación internacional de precios; o por ambas variables a la vez. Entretanto, las burocracias públicas, para preservar su eficiencia pasaron a desempeñarse bajo regímenes de mayor transparencia que al facilitar el acceso a la información comenzaron a enriquecerse con las contribuciones de profesionales, especialistas y académicos aunque no revistieran en sus cuadros. El resultado de estos procesos se advierte hoy día en la intensa circulación de datos pero también de ideas, cabalgando sobre múltiples redes, físicas y virtuales, que cubren un amplio espectro de intereses públicos y privados a escala mundial.

Estos procesos interactivos y de negociación, nacionales e internacionales, llevan consigo un signo: la homogeneización del conocimiento, al menos en sus resortes epistemológicos y lógicos. Empleando recursos cognitivos provistos por el pensamiento lógico y epistemológico y aunque ellos no lo sepan, los diferentes actores sociales y políticos adquieren y desarrollan sus destrezas para: fijarse a sí mismos órdenes de prioridad o relevancia; ponderar los costos y beneficios en las distintas opciones; y con respecto a las opciones seleccionadas, evaluar anticipadamente los eventuales resultados incluyendo sus consecuencias o impactos, tanto deseados como adversos.

Debe reconocerse, sin embargo, que pese a los citados realineamientos económicos y comerciales y a la interacción de los sectores públicos y privados, resulta trabajoso reflotar aquella hipótesis sobre la conformación de una intelligentzia proveedora de ideas uniformes. Esa uniformidad no es posible dada la notable diversidad de fuentes, cenáculos o foros de referencia para las mismas cuestiones sometidas al debate, al intercambio y a la negociación. Las segmentaciones tienen derivaciones con respecto a los procesos semióticos, la primera de las cuales es la dificultad para normalizar el lenguaje de los “especialistas”. De todos modos, al menos hasta el momento dicha dificultad no parece insalvable, en especial considerando que la difusión del conocimiento a través de las redes también contribuye a reducir el grado de dispersión semántica.

Con respecto a los procesos que se despliegan en países ya no desarrollados sino “en desarrollo”, habría que considerar si los países en cuestión tienen –o no- una inserción formal en la economía global. Aquí pretendo caracterizar la “inserción formal” por la vigencia de compromisos de derecho internacional económico y de instancias de negociación destinadas a la suscripción o modificación de tales compromisos, dentro de los cánones aceptados por la comunidad económica internacional. Me refiero a la disposición y destreza para discutir y luego suscribir y aplicar tratados internacionales operativos y minuciosos o pormenorizados acerca de un amplio espectro de cuestiones que están incorporadas en las agendas intergubernamentales.

Tratándose de países en desarrollo con una inserción formal en la economía global, se supone que al menos deberían adoptar la intelligentzia disponible y que por lo tanto tenderían a reproducir socialmente los modelos y prácticas de gestión utilizados por los países desarrollados, empezando con las prácticas relativas a la producción y circulación del conocimiento.

Acerca de las condiciones prevalecientes en países en desarrollo que decididamente no tienen una inserción formal en la economía global, el analista puede rastrear una característica: la dificultad para encarar los efectos adversos de esta economía global sobre los mercados internos. Semejante dificultad puede dar lugar a un rechazo sistemático, o bien a respuestas gubernamentales veleidosas y reticentes, que van esquivando las ofertas de interacción y negociación, aunque las actitudes elusivas no conduzcan necesariamente a la formulación de rechazos drásticos y definitivos. Estas veleidades y reticencias suelen tener un sustento ideológico que en América Latina llamamos “populismo”.

Precisamente ha sido y sigue siendo notoria en América Latina la raigambre neo-colonial del populismo. Si por ejemplo examinamos el caso argentino, es posible advertir que las veleidades y reticencias para la inserción formal en la economía global están vinculadas a la incapacidad del Estado cuando se trata de reconocer prioridades desde el punto de vista del interés colectivo, mientras los recursos públicos son gestionados con escasa transparencia. Dicha falta de transparencia no es inocente: la obstrucción informativa facilita el desempeño de actividades beneficiadas con distintas concesiones y privilegios. Aquí es evidente la realimentación del aislamiento: por un lado las políticas internas son incompatibles con los términos formales de inserción requeridos por la comunidad económica internacional; y simultáneamente prevalece la difusión social de una retórica que sostiene la conveniencia de sortear obligaciones.

En síntesis, el populismo es una cultura política que se alza contra supuestas amenazas atribuidas a cualquier oferta de interacción o negociación conducente a la inserción formal en la economía global. La instauración del miedo frente a las amenazas externas tiene apoyatura institucional, porque el populismo mantiene los formatos republicanos y simultáneamente procura vaciarlos en la medida que el poder tiende a concentrarse como cúpula irradiante de toda legalidad y justicia.

Los pronunciamientos del poder político concentrado son siempre infalibles, pues el gobierno encarna la voluntad soberana del pueblo. Y dicha identificación resulta exitosa porque tiene su correlato en la falsa conciencia de los sujetos gobernados que individualmente desarrollan una patología simétrica de identificación. Siguiendo a Hegel y Lacan podría resumirse tal patología como “identificación con el amo”. Semejante conjunción o simbiosis en la comunicación entre gobernantes y gobernados puede manifestarse y reproducirse de la manera más simple y contundente, a través de proclamas y monólogos que responden a un maniqueísmo dicotómico. Así son descalificadas las rutinas del regateo cotidiano (incluyendo al regateo intelectual que también llamamos “especulación”) en aras de una épica o cruzada emprendida por elegidos o “militantes” contra una constelación de réprobos que, al incluir a los indiferentes o tibios permite cerrar herméticamente los círculos de la exhaustividad y la ejemplaridad.

La instauración del miedo, el sometimiento, la falsa conciencia, la identificación con el amo y el maniqueísmo dicotómico son rasgos comunes a diversos “ismos”. Sin embargo, conviene tener presente que el populismo se distingue de otras formas de dominación por la sustitución permanente de sus retóricas. Es afín a la volatilidad y a la inestabilidad de reglas. Esta volatilidad se hace posible porque cuando la conducta social no puede normalizarse a través de reglas, tiende al alineamiento y reproducción del discurso del amo. En el populismo el discurso del amo se teatraliza porque da lugar a los agrupamientos compulsivos de individuos que con solo gritar al unísono sus consignas demuestran una “militancia”.

Para entender sus implicaciones puede ser útil preguntarse cuáles son las características del pensamiento que la militancia ejercita sistemáticamente con el fin de legitimarse y perseverar. En tal sentido, si algo define a la militancia es, precisamente, el agrupamiento compulsivo por aversión al riesgo. Y el primer riesgo es el del propio error. El populismo constituye un pensamiento impuesto pero no dogmático, sino aleatorio, que se define y redefine cada día, según los dictados del amo. Lo anima una singular aversión al riesgo y consiguiente negación de la posibilidad del error: el discurso del amo es infalible.

Entonces cabe la pregunta sobre los requisitos a reunir por un pensamiento que, en las antípodas de la militancia, pueda desafiar el riesgo de perder su propia fiabilidad. En tal sentido, ¿cuáles son las reglas de un pensamiento impermeable a los devaneos del poder? ¿Cuáles son las reglas aptas para conducir a quien las practica hacia posiciones sostenibles o consistentes pero siempre supeditadas a revisión? Siguiendo la tradición del pensamiento científico se suele llamar “lógica instrumental” a la que permite afrontar las operaciones intelectuales que requieren la interacción y negociación, pública y privada, interna e internacional. Ello significa, entre otras cosas, estar en condiciones mentales de: ponderar y luego fijar órdenes de prioridad o relevancia; estimar costos y beneficios para distintas opciones; y acerca de las opciones seleccionadas, evaluar con anticipación los eventuales resultados incluyendo sus consecuencias o impactos, tanto los deseados como los adversos. Cuando en todas estas operaciones está prevista la posibilidad del error o falibilidad, reconoceremos la consistencia de un pensamiento lógico-instrumental. Aunque no pretenda erigirse como aserción científica, admite ante todo la falibilidad de lo que se predica.

Así como en otros fundamentalismos no hay margen para aceptar el error porque toda la verdad está inscripta en una interpretación oficial del texto sagrado (dogma); en el populismo tampoco hay margen para aceptarlo porque, atendiendo a la volubilidad del discurso del amo cada pensamiento militante opera como una imagen inserta en la pantalla electrónica: puede discurrir sin nexos de consistencia o coherencia con ningún otro pensamiento, ya sea anterior, ulterior o simultáneo. Entonces la posibilidad del error no es concebible y por lo tanto cualquier acción u omisión es susceptible de ser justificada.

Por último, la expresión “militancia” evoca una condición bélica y la necesidad de regimentar la obediencia. Es fácil imaginar la envergadura del daño generado por estas prácticas de pensamiento autoritario cuando logran consolidarse en los canales de comunicación de una sociedad atravesada de lado a lado y cotidianamente por los efectos adversos de la economía global. Como anticipé más arriba, la funcionalidad del pensamiento militante, al menos en el caso del populismo, merece ser asociada a una confluencia de intereses para la preservación de la mayor vulnerabilidad posible Así, es fácil constatar en América Latina como la inoculación sistemática de este tipo de pensamiento tiene por objeto encubrir y por lo tanto facilitar la ejecución de acciones de acaparamiento y depredación de mercados y territorios.

Marcelo Halperin

Enero de 2015